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Sección Consultorio de Familia
Periódico Hoy
Pregunta de la lectora: Soy una mujer que sobrepasa los cincuenta años. Creí por muchos años que mi relación de pareja era muy buena y estable. Al llegar a esta edad, me doy cuenta de todo lo sufrido y ahora lo que quiero es llevar una vida con más tranquilidad y sentirme en paz. Ya no pienso igual que antes ni estoy en la actitud tolerar lo mismo. ¿Qué puede usted recomendarme?
Respuesta de la terapeuta: Durante muchos años he tenido mujeres entre los cincuenta y sesenta y siete años de edad que me han planteado la misma situación que usted, por lo que entiendo que pasan por un proceso de madurez interesante.
¿Qué suele pasar? En esta fase de la vida ya los hijos se han ido. Han creado su propia familia, se han ido a estudiar fuera y se han quedado a vivir allí, o, por razones de trabajo se ven precisados a trabajar en otra ciudad.
Las funciones maternales han cambiado significativamente y, que aunque haya nietos, los tendrá de visitas o vacaciones.
Aparece la etapa de reencuentro con la pareja. La satisfacción o insatisfacción, puede depender de cómo reforzarán el apego para sentirse más cercanos, seguros y confiados.
Esta paz y tranquilidad a la que usted y muchas mujeres aspiran, responden a los cuestionamientos que se hace acerca de lo vivido, lo tolerado, a lo que renunció por dedicarse a la familia y los hijos, porque entendía que eran su prioridad.
Ahora interpreta lo que pasa a su alrededor haciendo un balance de lo acumulado, de lo dado, de lo recibido, pero que ya no quiere sentir el peso de lo que le ha inquietado por años.
Me parece bien que quiera soltar amarras. ¿Qué le sugiero? No sentirse culpable por el pasado. La relación de pareja va creando sus propios mecanismos de adaptación, que hacen posible la estabilidad funcional o no, pero que permite la continuidad conyugal.
Piense y determine qué actitud tendrá cuando aparezcan aquellas situaciones que ya no quiere tolerar? Usted decide cómo dejará que los problemas les afecten. Si el problema no es suyo, déjelo ir.
Más que detenerse a ver lo molesto, lo incómodo y poco tolerable, focalícese en su bienestar. Tome en cuenta lo que le hace sentir bien. No invierta tiempo y sufrimiento en aquello que no le pertenece.
Viva la libertad de ser.
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