miércoles, 17 de abril de 2019

Piropos, miradas y comportamientos justificados por una cultura que ‘‘normaliza’’ el acoso sexual callejero

 Por Ivanna Lora, ONU Mujeres

‘‘Si decido ponerme un vestido, una falda, una blusa que no tenga mangas, me suelto el pelo, me quito los lentes, me maquillo, algún hombre de la calle no lo deja pasar, y lo que para mí es un día cualquiera en el que me esforcé por sentirme más bonita y ayudar a mi autoestima, se desploma por el comportamiento y comentarios de individuos que no se resisten, que creen que salí para que ellos me piropearan, para que ellos me miraran’’.

Forzadas a los cambios de rutina, de comportamiento, de maneras de vestir, de la ruta por la que se desplazan hacia el trabajo o universidad. Forzadas a cambiar cómo se expresan y hasta como caminan. Incitadas a sentir rechazo hacia esas personas que identifican como sus hostigadores/as. Amina, Ioana y Lisbeth (seudónimos utilizados para proteger sus identidades) cuentan cómo se ven obligadas a salir a la calle a la defensiva, para enfrentarse cara a cara con un ataque hacia su integridad, del que no pueden defenderse por falta de normativas que penalicen y vigilen de cerca el acoso sexual callejero.

‘‘Forma parte de mi rutina el hecho de preocuparme por si el pantalón que uso en el trabajo o la universidad es demasiado apretado, todo para tratar de evitar que se me queden mirando’’. Al dar su testimonio Amira se envuelve en sentimientos de enojo y disgusto, y se convierte en otra de las tantas mujeres que día a día, en cada paso que dan por los espacios públicos, afrontan un bombardeo de violencia latente, constante e imponente.

‘‘Para mí el acoso es una manifestación de violencia, falta de respeto… Usualmente el hombre entiende que debes ver como bueno este tipo de comentarios, porque se supone que te está halagando, elogiando, pero detrás de eso, lo que hay es un tipo de proximidad inadecuada a la que nunca has dado pie. Entonces el otro quiere forzarte a que la aceptes de buena manera’’, relata Lisbeth.

El acoso sexual callejero es una conducta definida por el glosario de ONU Mujeres como:

  • Comentarios
  • Atención
  • Acciones
  • Gestos sexuales no deseados
  • Silbar mientras una mujer o niña pasa por un lugar
  • Demandas de favores sexuales
  • Miradas sexualmente sugestivas
  • Seguir, acechar
  • Exponer los órganos sexuales a alguien
  • Todas estas acciones se llevan a cabo sin el consentimiento, permiso o acuerdo de la persona o las personas a las que se dirige.


Normalizan el acoso

Paralelo a esta realidad que enfrentan las mujeres, existe la otra cara de esta moneda, la principal barrera para romper con los estereotipos: que muchos hombres lo definen como galantería o como algo ‘’normal’’.

‘‘Tienden a ser muy defensivos y por lo regular minimizan el impacto de su comportamiento’’. El psicólogo clínico y terapeuta familiar Luis Vergés Báez señala que la conducta acosadora de los hombres que ha tratado, mayoritariamente está enraizada en la cultura.

‘‘Hay que estar atento a la tendencia que muestran de culpabilizar a las mujeres por el acoso a que ellos las someten, alegando argumentos pobres como: “Ella me provocó”, “Ella viste así para que yo le diga lo que le digo”, “No entiendo a las mujeres, viven haciendo cosas para que uno las vea, y cuando les decimos algo se ponen de ñoñas”, apunta Vergés.

Al relatar su testimonio, Ioana refleja descontento por la forma en que se percibe la figura de la mujer desde el punto de vista de quienes tienen este tipo de conductas. ‘‘En este país la mujer es más vista como un objeto sexual que como una persona, por el volumen de su cuerpo, por arreglarse, por vestir ropa ajustada, por reírse en público… por ser mujer’’. Y es justo en ese momento cuando refleja temor en su mirada al recordar lo vivido en una calle de esta ciudad.

‘‘Un día caminando por una calle se me acercó un hombre sigilosamente por la espalda y me “casi” susurró al oído de lo cerca que estaba ‘’mami tu si ta’ buena’’, mi reacción al momento fue reírme, no sé si por la situación o por el susto que me había llevado, lo cierto fue que esta persona me siguió varios metros diciéndome improperios… A medida que caminaba más de prisa, más se me acercaba. Mi última reacción fue decirle que si no se me despegaba iba a llamar a la policía y fue entonces cuando me percaté que llevaba una mano dentro de su pantalón…’’.

¿Qué ocurrió a Ioana ese día al recibir el llamado piropo? En palabras de Soraya Lara, sicóloga, terapeuta familiar y de pareja, y directora del Patronato de Ayuda a Casos de Mujeres Maltratadas (Pacam), en ocasiones las creencias de la mujer no le permiten percatarse de que las frases, palabras y gestos que recibe son acoso.

La especialista en la conducta precisa que, tanto los hombres como las mujeres se desarrollan y pertenecen a una cultura específica que define los estereotipos, roles y modelos de relación.

‘‘Se aprende a cómo comportarse y reaccionar de acuerdo a lo aprendido y esperado. Estos procesos socializadores pasan de generación en generación, que normalizan y justifican estos comportamientos, como, por ejemplo: “Los hombres somos así y tenemos el derecho a piropear”, “A las mujeres les gusta que las halaguen, las hagan sentir bien y que les hagan creer que gustan”. Otro mecanismo es la minimización: “Un piropo no hace daño”, “Ella es muy sensible, por todo se ofende”, “A ella le gusta, pero lo niega”, señala.

‘‘Muchos consideran que pueden seducir, enamorar o galantear a través del piropo sin que intermedie la aceptación de la mujer. Se creen con derecho y poder para lograrlo, la abordan sin respetarla. El acosador utiliza su supuesto encanto seductor para atacar a su presa, aunque el objetivo es ser tomado en cuenta. Soraya Lara.

¿Se justifica? 

Luis Vergés sostiene que por lo regular no existe una teoría que explique por qué los hombres hacen lo que hacen, no obstante, señala algunas de las más comunes justificaciones que citan los hombres:


  • Imitación de la conducta acosadora de amigos y relacionados.
  • Interpretación errónea de lo que significa ser hombre.
  • Falta de conciencia del daño que ocasionan con el acoso.
  • Idea errónea de que su conducta no es acoso, es más bien “galantería”.
  • Creencia errónea de que a las mujeres les gusta.
  • Lo hacen porque si no lo hicieran los demás van a pensar que soy homosexual.

¿Qué debe hacer la víctima?

De acuerdo con Soraya Lara cuando una persona es víctima de acoso sexual en la calle puede sentir malestar, vergüenza, inquietud y sensación de extrañeza. En ocasiones también sentimiento de culpa, llegando a creer que es ella quien provoca estos comportamientos y comentarios, cuando realmente no es así.

‘‘Si el acosador en muy sagaz puede hacerle creer que ella es la que lo provoca, de ser así, la mujer podría sentirse confusa y cuestionarse’’, manifiesta la especialista.

De su parte, el doctor Luis Vergés lista varias recomendaciones a seguir por una persona cuando es víctima de acoso:

Nombrar la conducta: “Eso que estás haciendo se llama acoso”.
Expresar cómo te sientes ante el acoso y el daño que causa.: “Me siento muy decepcionada con lo que estás haciendo. Eso se llama acoso y me hace mucho daño”.
Que las víctimas de acoso se liberen de cualquier manifestación de culpa.
Cobrar conciencia de que no obstante el acoso, sus vidas no se limitan a la condición de víctimas.
Si el acoso procede de alguien a quien tiene que ver con frecuencia, además de denunciarlo, procede que busque ayuda psicológica para neutralizar los efectos traumáticos que esta experiencia pueda traer.


¿Cómo lograr el cambio de comportamiento en hombres acosadores?

El doctor Luis Vergés explica que para lograr el cambio de comportamiento en hombres acosadores hay que trabajar con varios objetivos, entre los cuales se encuentran:

  • Hacer conciencia del daño que hacen con su conducta de acoso
  • Promover un estado de empatía que les permita ponerse en lugar de la persona acosada
  • Asumir responsabilidad por los daños ocasionados y repararlos
  • Enseñarles a identificar las fuentes socio culturales de donde han aprendido a ver el acoso como una conducta normal
  • Comprender las necesidades personales no satisfechas que detonan la conducta acosadora.
  • Articular un mecanismo de rechazo social a la conducta acosadora
  • Comprometer a los acosadores con cambios importantes en su conducta acosadora.

En busca de soluciones

Con el objetivo de que se eliminen todas las formas de violencia contra la mujer, entre estas el acoso sexual callejero, ONU Mujeres lanzó en 2010 la iniciativa mundial ‘Ciudades y Espacios Públicos Seguros’, el cual fue diseñado junto con socios a nivel local, regional y global para responder a la necesidad de prevenir el acoso sexual y los diversos tipos de violencia sexual que padecen las mujeres y las niñas en todo el mundo en los espacios públicos (en las calles, parques, mercados, transporte público, etc.).

Hoy en día este proyecto se desarrolla en otras 35 ciudades del mundo, y gracias a un convenio con la Alcaldía del Distrito Nacional, se ha iniciado una fase piloto en la Ciudad Colonial de Santo Domingo, convirtiendo a esta ciudad en la primera del Caribe en implementar este programa.


viernes, 14 de septiembre de 2018

Adicción a las nuevas tecnologías y a las redes sociales en jóvenes: un nuevo reto.

Enrique Echeburúa; Paz de Corral

Las tecnologías de la información y de la comunicación (TIC) están llamadas a facilitarnos la vida, pero también pueden complicárnosla. En algunas circunstancias, que afectan sobre todo a adolescentes, Internet y los recursos tecnológicos pueden convertirse en un fin y no en un medio.
Si hay una obsesión enfermiza por adquirir la última novedad tecnológica (por ejemplo, en móviles o en soportes de música) o las TIC se transforman en el instrumento prioritario de placer, el ansia por estar a la última puede enmascarar necesidades más poderosas. Asimismo las redes sociales pueden
atrapar en algunos casos a un adolescente porque el mundo virtual contribuye a crear en él una falsa identidad y a distanciarle (pérdida de contacto personal) o a distorsionar el mundo real (Becoña, 2006).

Cualquier inclinación desmedida hacia alguna actividad puede desembocar en una adicción, exista o no una sustancia química de por medio. La adicción es una afición patológica que genera dependencia y resta libertad al ser humano al estrechar su campo de conciencia y restringir la amplitud de sus intereses. De hecho, existen hábitos de conducta aparentemente inofensivos que, en determinadas circunstancias, pueden convertirse en adictivos e interferir gravemente en
la vida cotidiana de las personas afectadas, a nivel familiar, escolar, social o de salud (Echeburúa y Corral, 1994).

Lo que caracteriza a una adicción es la pérdida de control y la dependencia. Todas las conductas adictivas están controladas inicialmente por reforzadores positivos -el aspecto placentero de la conducta en sí-, pero terminan por ser controladas por reforzadores negativos -el alivio de la
tensión emocional, especialmente-. Es decir, una persona normal puede hablar por el móvil o conectarse a Internet por la utilidad o el placer de la conducta en sí misma; una
persona adicta, por el contrario, lo hace buscando el alivio del malestar emocional (aburrimiento, soledad, ira, nerviosismo, etcétera) (Marks, 1990; Potenza, 2006; Treuer, Fábian y Füredi, 2001).

La ciberadicción se establece cuando el niño deja de verse con sus amigos y se instala frente a la pantalla con sus videojuegos, el adolescente presta más atención a su Iphone que a su novia o el joven no rinde en los estudios porque revisa obsesivamente su correo electrónico. En todos estos casos hay una clara interferencia negativa en la vida cotidiana (Estallo, 2001).

Como ocurre en las adicciones químicas, las personas adictas a una determinada conducta experimentan un síndrome de abstinencia cuando no pueden llevarla a cabo, caracterizado por la presencia de un profundo malestar emocional (estado de ánimo disfórico, insomnio, irritabilidad
e inquietud psicomotriz). Al igual que ocurre en el ámbito de las drogas, es difícil que un adicto se considere como tal. Por lo general, es un suceso muy negativo -fracaso escolar, trastornos de conducta, mentiras reiteradas, aislamiento social, problemas económicos, presión familiar- el que le
hace tomar conciencia de su problema. De ahí que sea muy frecuente que sean los padres u otros familiares, más que el paciente mismo, quienes consulten por el problema (Echeburúa,
2001; Echeburúa, Amor y Cenea, 1998).

Los jóvenes y las nuevas tecnologías

Según el estudio realizado por la Fundación Pfizer (2009), el 98% de los jóvenes españoles de 11 a 20 años es usuario de Internet. De ese porcentaje, siete de cada 10 afirman acceder a la red por un tiempo diario de, al menos, 1,5 horas, pero sólo una minoría (en torno al 3% o al 6%) hace
un uso abusivo de Internet. Es, por tanto, una realidad obvia el alto grado de uso de las nuevas tecnologías entre los adolescentes y jóvenes (Johansson y Götestam, 2004; Muñoz-Rivas, Navarro y Ortega, 2003).

Las TIC simplifican considerablemente nuestros quehaceres cotidianos. El atractivo de Internet para los jóvenes es que se caracteriza por la respuesta rápida, las recompensas inmediatas, la interactividad y las múltiples ventanas con diferentes actividades. El uso es positivo, siempre que no
se dejen de lado el resto de las actividades propias de una vida normal (estudiar, hacer deporte, ir al cine, salir con los amigos o relacionarse con la familia). Otra cosa es cuando el abuso de la tecnología provoca aislamiento, induce ansiedad, afecta a la autoestima y le hace perder al sujeto su capacidad
de control.

Las motivaciones para hacerse con un Iphone, que permite reproducir y almacenar música e integra teléfono, cámara de fotos y acceso a Internet en un único dispositivo de diseño exclusivo, o para tener cuenta en las redes sociales virtuales (Tuenti o Facebook), que permiten localizar a personas,
chatear, mandar mensajes tanto privados como públicos, crear eventos y colgar fotos y vídeos, son múltiples: ser visibles ante los demás, reafirmar la identidad ante el grupo, estar conectados a los amigos. El anonimato produce terror, del mismo modo que asusta la soledad. Las redes sociales son
el espantajo que aleja el fantasma de la exclusión: se vuelcan las emociones, con la protección que ofrece la pantalla, y se comparte el tiempo libre. Uno puede creerse popular porque tiene listas de amigos en las redes sociales.

Los riesgos más importantes del abuso de las TIC son, además de la adicción, el acceso a contenidos inapropiados, el acoso o la pérdida de intimidad. Así, en las redes se puede acceder a contenidos pornográficos o violentos o transmitir mensajes racistas, proclives a la anorexia, incitadores al suicidio o a la comisión de delitos (carreras de coches prohibidas).

Asimismo existe el riesgo de crear una identidad ficticia, potenciada por un factor de engaño, autoengaño o fantasía. Así, por ejemplo, se liga bastante virtualmente porque el adolescente se corta menos. Sin embargo, se facilita la confusión entre lo íntimo, lo privado y lo público (que puede
favorecer el mal uso de información privada por parte de personas desconocidas) y se fomentan conductas histriónicas y narcisistas, cuando no deformadoras de la realidad (por ejemplo, alardear del número de amigos agregados).

Cuando hay una dependencia, los comportamientos adictivos se vuelven automáticos, emocionalmente activados y con poco control cognitivo sobre el acierto o error de la decisión.
El adicto sopesa los beneficios de la gratificación inmediata, pero no repara en las posibles consecuencias negativas a largo plazo. Por ello, el abuso de las redes sociales virtuales puede facilitar el aislamiento, el bajo rendimiento, el desinterés por otros temas, los trastornos de conducta y el quebranto económico (los videojuegos), así como el sedentarismo y la obesidad.

En resumen, la dependencia y la supeditación del estilo de vida al mantenimiento del hábito conforman el núcleo central de la adicción. Lo que caracteriza, por tanto, a la adicción a las redes sociales no es el tipo de conducta implicada, sino la forma de relación que el sujeto establece con
ella (Alonso-Fernández, 1996; Echeburúa y Corral, 2009).


Factores de riesgo

A un nivel demográfico, los adolescentes constituyen un grupo de riesgo porque tienden a buscar sensaciones nuevas y son los que más se conectan a Internet, además de estar más familiarizados con las nuevas tecnologías (Sánchez-Carbonell, Beranuy, Castellana, Chamorro y Oberst, 2008).

Sin embargo, hay personas más vulnerables que otras a las adicciones. De hecho, la disponibilidad ambiental de las nuevas tecnologías en las sociedades desarrolladas es muy amplia y, sin embargo, sólo un reducido número de personas muestran problemas de adicción (Becoña, 2009; Echeburúa y
Fernández-Montalvo, 2006; Labrador y Villadangos, 2009).

En algunos casos hay ciertas características de personalidad o estados emocionales que aumentan la vulnerabilidad psicológica a las adicciones: la impulsividad; la disforia (estado anormal del ánimo que se vivencia subjetivamente como desagradable y que se caracteriza por oscilaciones
frecuentes del humor); la intolerancia a los estímulos displacenteros, tanto físicos (dolores, insomnio o fatiga) como psíquicos (disgustos, preocupaciones o responsabilidades); y la búsqueda exagerada de emociones fuertes. Hay veces, sin embargo, en que en la adicción subyace un problema de personalidad -timidez excesiva, baja autoestima o rechazo de la imagen corporal, por ejemplo- o un estilo de afrontamiento inadecuado ante las dificultades cotidianas. A su vez, los problemas
psiquiátricos previos (depresión, TDAH, fobia social u hostilidad) aumentan el riesgo de engancharse a Internet (Estévez, Bayón, De la Cruz y Fernández-Liria, 2009; García del Castillo, Terol, Nieto, Lledó, Sánchez, Martín-Aragón, et al., 2008; Yang, Choe, Balty y Lee, 2005).

Otras veces se trata de personas que muestran una insatisfacción personal con su vida o que carecen de un afecto consistente y que intentan llenar esa carencia con drogas o alcohol o con conductas sin sustancias (compras, juego, Internet o móviles). En estos casos Internet o los aparatos de última generación actúan como una prótesis tecnológica.

En resumen, un sujeto con una personalidad vulnerable, con una cohesión familiar débil y con unas relaciones sociales pobres corre un gran riesgo de hacerse adicto si cuenta con un hábito de recompensas inmediatas, tiene el objeto de la adicción a mano, se siente presionado por el grupo y está sometido a circunstancias de estrés (fracaso escolar, frustraciones afectivas o competitividad) o de vacío existencial (aislamiento social o falta de objetivos). De este modo, más que de perfil de adicto a las nuevas tecnologías, hay que hablar de persona propensa a sufrir adicciones.

Señales de alarma

Las principales señales de alarma que denotan una dependencia a las TIC o a las redes sociales y que pueden ser un reflejo de la conversión de una afición en una adicción son las siguientes (Young, 1998):

a. Privarse de sueño.<5 a="" altos.="" anormalmente="" conectado="" conexi="" de="" dedica="" estar="" horas="" la="" n="" p="" para="" que="" red="" se="" tiempos="" unos="">

b. Descuidar otras actividades importantes, como el contacto con la familia, las relaciones sociales, el estudio o el cuidado de la salud.

c. Recibir quejas en relación con el uso de la red de alguien cercano, como los padres o los hermanos.

d. Pensar en la red constantemente, incluso cuando no se está conectado a ella y sentirse irritado excesivamente cuando la conexión falla o resulta muy lenta.

e. Intentar limitar el tiempo de conexión, pero sin conseguirlo, y perder la noción del tiempo.

f. Mentir sobre el tiempo real que se está conectado o jugando a un videojuego.

g. Aislarse socialmente, mostrarse irritable y bajar el rendimiento en los estudios.

h. Sentir una euforia y activación anómalas cuando se está delante del ordenador.

De este modo, conectarse al ordenador nada más llegar a casa, meterse en Internet nada más levantarse y ser lo último que se hace antes de acostarse, así como reducir el tiempo de las tareas cotidianas, tales como comer, dormir, estudiar o charlar con la familia, configuran el perfil de un adicto a Internet. Más que el número de horas conectado a la red, lo determinante es el grado de interferencia en la vida cotidiana (Davis, 2001).

En definitiva, la dependencia a Internet o a las redes sociales está ya instalada cuando hay un uso excesivo asociado a una pérdida de control, aparecen síntomas de abstinencia (ansiedad, depresión, irritabilidad) ante la imposibilidad temporal de acceder a la Red, se establece la tolerancia (es decir, la necesidad creciente de aumentar el tiempo de conexión a Internet para sentirse satisfecho) y se producen repercusiones negativas en la vida cotidiana. En estos casos engancharse a una pantalla supone una focalización atencional, reduce la actividad física, impide diversificar el tiempo y anula las posibilidades de interesarse por otros temas. El sujeto muestra un ansia por las redes sociales y se produce un flujo de transrealidad que recuerda la experiencia de las drogas (Greenfield, 2009; Griffiths, 2000).

Estrategias de prevención

El uso de las TIC y de las redes sociales impone a los adolescentes y adultos una responsabilidad de doble dirección: los jóvenes pueden adiestrar a los padres en el uso de las nuevas tecnologías, de su lenguaje y sus posibilidades; los padres, a su vez, deben enseñar a los jóvenes a usarlas en su
justa medida.

Los padres y educadores deben ayudar a los adolescentes a desarrollar la habilidad de la comunicación cara a cara, lo que, entre otras cosas, supone (Ramón-Cortés, 2010):

a. Limitar el uso de aparatos y pactar las horas de uso del
ordenador.
b. Fomentar la relación con otras personas.
c. Potenciar aficiones tales como la lectura, el cine y
otras actividades culturales.
d. Estimular el deporte y las actividades en equipo.
e. Desarrollar actividades grupales, como las vinculadas
al voluntariado.
f. Estimular la comunicación y el diálogo en la propia
familia.

La limitación del tiempo de conexión a la red en la infancia y adolescencia (no más de 1,5-2 horas diarias, con la excepción de los fines de semana), así como la ubicación de los ordenadores en lugares comunes (el salón, por ejemplo) y el control de los contenidos, constituyen estrategias adicionales
de interés (Mayorgas, 2009).

Tratamiento psicológico

Ni todas las adicciones sin drogas son similares ni tampoco lo son las personas que están enganchadas a ellas. No obstante, hay ciertos aspectos comunes en la motivación para el tratamiento, en la elección del objetivo terapéutico y en la selección de las técnicas de intervención.

Una característica presente en los trastornos adictivos es la negación de la dependencia. La conducta adictiva se mantiene porque el beneficio obtenido es mayor que el coste sufrido. El sujeto sólo va a estar realmente motivado para el tratamiento cuando llegue a percatarse, en primer lugar, de que tiene un problema real; en segundo lugar, de que los inconvenientes de seguir como hasta ahora son mayores que las ventajas de dar un cambio a su vida; y, en tercer lugar, de que por sí solo no puede lograr ese cambio. El terapeuta debe ayudar al sujeto a lograr esa atribución correcta de la situación actual y a descubrirle las soluciones a su alcance (Echeburúa, 2001; Miller y Rollnick, 1999).

En el ámbito de las adicciones químicas o de la ludopatía la meta terapéutica utilizada suele ser la abstinencia total. Hay muchas pruebas acumuladas acerca de la viabilidad de este objetivo y de los beneficios obtenidos con el mismo (Echeburúa, 2001). Sin embargo, en la adicción a Internet o
las redes sociales la meta de la abstinencia resulta implanteable. Se trata de conductas descontroladas, pero que resultan necesarias en la vida cotidiana. El objetivo terapéutico debe centrarse, por tanto, en el reaprendizaje del control de la conducta.

Y por lo que se refiere al tratamiento, las vías de intervención postuladas son muy similares en todos los casos. A corto plazo, el tratamiento inicial de choque se centra, en una primera fase, en el aprendizaje de respuestas de afrontamiento adecuadas ante las situaciones de riesgo (control de estímulos); y en una segunda fase, en la exposición programada a las situaciones de riesgo (exposición a los estímulos y situaciones relacionados con la conducta adictiva).

Así, por ejemplo, el control de estímulos -un primer paso siempre necesario durante las primeras semanas de tratamiento- se refiere al mantenimiento de una abstinencia total respecto al objeto de la adicción (redes sociales virtuales o juegos interactivos). Y un segundo paso, en una fase posterior, consiste en la exposición gradual y controlada a los estímulos de riesgo. De este modo, un ex adicto a
Internet puede, inicialmente bajo el control de otra persona y después a solas, conectarse a la red, estar un tiempo limitado (1 hora, por ejemplo) y llevar a cabo actividades predeterminadas (atender el correo sólo una vez al día a una hora concreta, navegar por unas páginas fijadas de antemano
o entrar en una red social), sin quitar horas al sueño y eliminando los pensamientos referidos a la red cuando no se está conectado a ella. Sólo cuando se ha llegado a esta fase decrece la intranquilidad subjetiva y el sujeto adquiere confianza en su capacidad de autocontrol ante las diversas situaciones cotidianas.

Por último, una vez reasumido el control de la conducta, se requiere actuar sobre la prevención de recaídas, lo que implica identificar las situaciones de riesgo, aprender respuestas adecuadas para su afrontamiento y modificar las distorsiones cognitivas sobre la capacidad de control del
sujeto. Asimismo hay que actuar sobre los problemas específicos de la persona, planificar el tiempo libre e introducir cambios en el estilo de vida.

Reflexiones finales
La adicción a Internet y a las redes sociales es un fenómeno preocupante. Sin embargo, el abuso de Internet puede ser una manifestación secundaria a otra adicción principal (la adicción al sexo, por ejemplo) o a otros problemas psicopatológicos, tales como la depresión, la fobia social u otros
problemas de tipo impulsivo-compulsivo (el TOC, por ejemplo) (Echeburúa, Bravo de Medina y Aizpiri, 2005, 2007).

Lo característico de la adicción a Internet es que ocupa una parte central de la vida del adolescente, que utiliza la pantalla del ordenador para escapar de la vida real y mejorar su estado de ánimo.

Al margen de la vulnerabilidad psicológica previa, el abuso de las redes sociales puede provocar una pérdida de habilidades en el intercambio personal (la comunicación personal se aprende practicando), desembocar en una especie de analfabetismo relacional y facilitar la construcción de relaciones sociales ficticias.

El objetivo terapéutico en las adicciones sin drogas es el reaprendizaje de la conducta de una forma controlada. Concluida la intervención terapéutica inicial, los programas de prevención de recaídas, en los que se prepara al sujeto para afrontar las situaciones críticas y para abordar la vida cotidiana
de una forma distinta, pueden reducir significativamente el número de recaídas.

Si una persona se mantiene alejada de la adicción durante un período prolongado (1 o 2 años), la probabilidad de recaída disminuye considerablemente. A medida que aumenta temporalmente
el control de la conducta y que se es capaz de hacer frente con éxito a las diversas situaciones presentadas en la vida cotidiana, el sujeto experimenta una percepción de control, que aumenta la expectativa de éxito en el futuro (Echeburúa, 1999).

Sin embargo, los problemas respecto al tratamiento de la adicción a Internet distan de estar resueltos en la actualidad. Muchos de los sujetos aquejados con este tipo de trastornos se niegan a reconocer el problema; otros muchos no buscan ayuda terapéutica; otras la solicitan, pero abandonan la terapia
al cabo de una o dos sesiones; otros muchos, tras el tratamiento, acaban por recaer; y otros, por último, abandonan los hábitos adictivos por sí mismos, sin ayuda terapéutica.
































miércoles, 5 de septiembre de 2018

15 años labor ininterrumpida


Agradecemos a toda la comunidad digital su acompañamiento y su apoyo en difundir nuestros mensajes. Retuitear, dar Likes, compartir y repostear es contribuir a concienciar y prevenir.
15 años acompañando a la mujer víctima de violencia por su pareja o expareja.
hemos capacitado a fiscales, jueces, psicólogos forenses, profesionales de la salud mental, policías, militares y personas interesadas en el tema.

Hemos desarrollado seminarios internacionales con expertos en el área, diplomados, cursos, talleres, charlas de concienciación en la comunidad y en las empresas.
#porlosbuenostratos en la #familia

15 AÑOS DE LABOR ININTERRUMPIDA.

miércoles, 29 de agosto de 2018



Séptima edición Desayuno benéfico Por los Buenos Tratos del Patronato de Ayuda a Casos de Mujeres Maltratadas, PACAM.

Este año con el tema " Uso y abuso de las redes sociales en los niños y adolescentes. El papel preventivo de la familia", cuyo desarrollo expositivo contará con la participación del doctor en psicología, catedrático e investigador Enrique Echeburúa.  

Jueves 4 de octubre de 2018, en el salón La Mancha del Hotel Barceló Santo Domingo.

Costo contribución: RD$2,500.00  P/P Boletas a la venta en (809) 533 1813 / pacamrd@gmail.com
Aceptamos tarjeta de crédito.

#Apoya nuestra #causa #Desayuno #benéfico a favor de la #familia #porlosbuenostratos

viernes, 25 de mayo de 2018

Firma convenio.

Firma del convenio interinstitucional Universidad Central del Este y Patronato de Ayuda a Casos Mujeres Maltratadas, PACAM, con la finalidad de promover investigaciones y acciones de concienciación y prevención en violencia intrafamiliar y en la relación de pareja.

martes, 7 de noviembre de 2017

Las mujeres educan a los hijos. Ellas son las que crían a los machos.


Las mujeres educan a los hijos. Ellas son las que crían a los machos


Pregunta lector: Para resolver el problema de la violencia creo que hay que prestar atención a la forma en que las mujeres educan a los hijos. Ellas son las que crían machos.

Lo que usted plantea parece ser un pensamiento generalizado en nuestro país. Es un prejuicio y una forma de desenfocar el problema atribuyéndole a la mujer la responsabilidad absoluta de un problema complejo con diferentes aristas.
Primero, tendríamos que tomar en cuenta las funciones básicas de protección, amor, cuidado, confianza y seguridad que una madre ofrece a sus hijos desde el nacimiento y durante toda su vida. Su relación es más cercana dada la vulnerabilidad e indefensión de los primeros años, sin diferenciar si es hembra o varón.


El padre, por presencia o ausencia, comunica una imagen parental y de masculinidad; sus comportamientos están condicionados por los estereotipos asignados y asumidos según la cultura o subcultura a la que pertenece, modelados a través de los roles.


La mujer y el hombre aprendieron a comportarse, a pensar y a relacionarse según los estereotipos aprendidos, naturalizados y justificados por la cultura, en la que se incluyen las creencias familiares, religiosas y aquellas que se construyen en una comunidad específica.


Los estereotipos masculinos son imágenes o ideas que se asumen como realidades y, por lo tanto, no son cuestionados. Dentro de estos se incluyen las conductas machistas cuyos roles se destacan por la supremacía frente a la mujer. Se creen con mayor poder, control y dominio sobre ella.


Son modelos que se transmiten de generación en generación. Los hijos los observan día a día en sus hogares y los incorporan como parte de su identidad femenina y masculina tradicionales.


Igual ocurre con los estereotipos femeninos, sólo que son definidos en oposición: dulzura, tolerancia, a renunciar a sus sueños, sobreponiendo las necesidades de los hijos y las parejas, sacrificándose por ellos.


También la mujer aprende de la cultura cuál es el estereotipo masculino que tiene que aceptar, que la condiciona a una relación asimétrica con su pareja, es decir, subordinada al hombre.

Este modelo que se convierte en un arquetipo de relación ajustado a los estereotipos.

La propuesta es modificar los estereotipos aceptados y promover relaciones más igualitarias, que eviten el carácter de explotación emocional, física, sexual y económica asumido por los maltratadores y que se justifican en el machismo.