viernes, 4 de julio de 2014

Vínculo familiar fragmentado por los feminicidios

Soraya Lara, M.A.
Psicóloga. Terapeuta Familiar
Presidente Patronato de Ayuda a Casos de Mujeres Maltratadas (PACAM)
Para Almanaque Escolar 2014.
Ediciones Radio Santa María

Una criatura que despierta cada mañana en la cuna que acoge su cuerpo  indefenso espera  ser cuidada, amada y protegida por  los padres.  La familia se  puede convertir en un escenario de amor o de destrucción si hay violencia; se interrumpe la seguridad y confianza básicas.

Abrir los ojos  al despertar y encontrarse con las figuras de los padres a quienes se percibe cercanos, provoca en los niños una sonrisa, levantar los  brazos buscando cariño y cercanía. El canto de la madre o la voz del padre se convierten en sonidos familiares. Al escucharlos pueden virar la cara y buscar a papá y mamá y anhelar estar junto a ellos para toda la vida.

El cuidado, la expresión del afecto, alimentarlos, hablarles mirándoles a  los ojos, acariciarlos y acogerlos cuando tienen miedo, protegerlos cuando están enfermos durante  la infancia,  niñez y  adolescencia son conductas que van formando el vínculo padres-hijos.

Lo que da sentido al vínculo padres-hijos no es el lazo biológico, sino, la participación en la tarea de crianza, generando la confianza básica en los primeros años de vida. Y quienes se mantienen durante toda la vida haciendo estas funciones sin desfallecer serán los padres verdaderos.

Así se va construyendo el vínculo basado en la seguridad y confianza.

Cuando los niños perciben a sus padres como la base segura a dónde ir a recargase emocionalmente, comienzan a separarse de ellos temporalmente, se mueven a jugar solos, con amigos, quedarse solos por momentos. Cuando van creciendo comparten con otros amigos, van a la escuela, pero se sienten calmados porque saben que volverán a encontrar a esas figuras que les hacen sentir seguros y tranquilos.

Ellos saben que pueden salir, alejarse de los padres y que podrán volver en cualquier momento al lugar donde se encuentren, buscando  el contacto emocional que los hará sentir seguros.  Este distanciarse y alejarse lo pueden hacer confiadamente porque saben que van a encontrar a sus padres dispuestos a acogerlos, abrazarlos, besarlos, hablar con ellos demostrándoles cuán importantes son.

Los niños que viven en un ambiente seguro y de confianza cuentan con padres que los educan y disciplinan estableciendo límites, diciéndoles qué está bien y qué no. Qué pueden o no hacer. Siempre, tomando en cuenta el respeto que se merecen sus hijos. Estos padres no castigan provocando sufrimientos emocionales o físicos.

Los padres bientratantes con sus hijos, también son padres bientratantes entre  ellos. Los niños se sienten más felices y seguros cuando ven a sus padres llevarse bien, que se demuestran cariño, que se tratan con respeto y que se preocupan uno por el otro. Y que ven a sus padres con rostros alegres.  

Un escenario como este permite a los hijos crecer y desarrollarse con mejor autoestima, y contribuye a la felicidad y bienestar emocional. Vemos que estos niños se enferman menos, tienden a ser más colaboradores y dispuestos a ayudar a los demás.
Estas familias promueven en sus hijos el respeto, la tolerancia y la justicia.

Así como encontramos las familias bientratantes, nos encontramos con familias maltratantes, las cuales ponen en riesgo la confianza, la seguridad y el amor básico.

Las familias maltratantes carecen de las competencias y herramientas básicas para criar y educar a sus hijos. Predominan castigos severos, insultos, humillaciones y golpes; creando mucha inseguridad y desconfiaza de los hijos en los padres. Lloran y se aíslan, se distancian de sus padres porque les temen.

En este tipo de familia podemos encontrar a un padre violento con su pareja, a la cual puede golpear, herir, fracturar brazos, costillas, tabique de nariz frente a los hijos. Y si no ocurriera delante de ellos, se darían cuenta de que algo grave ocurrió. Están seguros que la última vez que vieron a su madre estaba bien, y que de repente aparece ensangrentada o curada sin ninguna explicación para ellos.

Los niños pueden estar expuestos durante años a este dinámica violenta. Cada día los niños temen por las vidas de sus madres. Esto les llena de angustia y temor. El lugar que debiera ser más seguro, se convierte en el lugar más inseguro y peligroso.

La cuna, la cama, la sala, la cocina todo lugar en la casa se convierte en escenario de violencia. Para ellos todo está salpicado de la ira del padre. Los niños no tienen control del comportamiento iracundo del  padre. Quisieran parar, detener la ira, los golpes, insultos, amenazas, pero para ellos es imposible. Intentan agarrarlo, suplicarle para que se detenga y no mate a su madre.

En cada episodio la angustia, la ansiedad, el miedo aterrador de pensar que su padre puede matar a la madre se vuelve el día a día para muchos niños y adolescentes. Esta situación escapa del control de ellos. Sufren la impotencia aterradora de no saber qué hacer.

Los niños que viven en estos hogares violentos con una padre que explota, agrede y luego se calma; una madre que llora, que a veces se defiende, que se deprime, que oculta lo que pasó (en algunos casos) se tornan inseguros y desconfiados. Es una familia en la cual predomina el vínculo traumático. La violencia, el maltrato generan traumas.

Los sucesos violentos repetitivos en el contexto familiar tienden a generar ansiedad, depresión, estrés postraumático, tanto para las madres como para los hijos. La incertidumbre se apodera de ellos, no se vive en paz.

Los hijos están pendientes del comportamiento del padre, porque predomina el miedo a la muerte de la madre. Ellos son víctimas de la violencia, están ahí presenciando sin que el padre los tome en cuenta. Escuchan cada palabra de ofensa, de humillación, desvalorización y amenazas contra la madre.  Observan cada movimiento del padre cuando coge el cuchillo, el machete, pistola, palos o piedras para matar a la madre. La amenaza es real y el miedo inminente. A los niños no les queda más remedio que sufrir el miedo.

En estas explosiones muchos padres suelen decirles a los hijos “mira lo que le voy a hacer a tu madre”, “si te metes, te mato a ti también”. Con tan solo imaginar estos escenarios, nos sentimos conmovidas, qué será en la vida de estas criaturas.

No sólo en los momentos de explosiones se observa la violencia, ella está ahí silente; los niños está pendientes, esperan, temen cada día.
Los niños sienten una gran confusión respecto al amor y odio. Es el padre que ataca, violenta y, posiblemente, pide perdón. Expresa que es la mujer de su vida, que lo perdone. En esta fase puede llorar, suplicar. Los hijos se confunden y no entienden.

Ven en esta fase al otro padre, aunque temporalmente, frágil y triste. Se confunden, no entienden y no saben qué hacer ni qué decir. Sólo saben que temen por la vida de su madre, aunque no hayan oído la palabra asesinato o dar muerte.

El vínculo entre ellos se ve severamente afectado, la desconfianza, inseguridad y desprotección imperan en sus vidas.

Cada uno de los hijos puede ser afectado de manera distinta, no todos están expuestos de la misma manera al drama de la violencia. Algunos violentan en ausencia de los hijos para mantener frente a ellos una falsa imagen.

Cuando el padre comete feminicidio quebranta el vínculo seguro y de confianza. Deja a los hijos sin su madre, quien fue una figura de apego primario para ellos. El vínculo con el padre agudiza el vínculo traumático.

El desconcierto vivido por los niños afecta el sentido de referencia biológico y  existencial. Quien me dio la vida, quita vida. Ellos sufren el temor inminente de que el padre les quite la vida a ellos como lo hizo con su madre. Algunos, sufren la desdicha de perder la vida en manos de sus padres violentos.

Es urgente que las familias comprendan la gravedad del problema desde su inicio para buscar ayuda en profesionales, de manera que eviten el daño físico y psicológico. Sobre todo, para salvar la vida de mujeres e hijos.
La violencia intrafamiliar es un asunto de todos y todas. No podemos quedarnos indiferentes ante esta lacra social que afecta las futuras generaciones.

Las niñas que viven en hogares violentos pueden convertirse en las futuras víctimas y los niños en  futuros agresores. Los niños como mecanismo de sobrevivencia aprenden en la etapa adulta a salirse con la suya usando la violencia como una herramienta para dominar, controlar y someter.

El feminicidio o muerte de mujeres en manos de sus parejas es el acto de mayor posesividad y sometimiento en la sociedad contemporánea.